– Ya verás cómo los Crushers les
dan una buena paliza a tus Murderers mañana por la noche – dijo
uno de los hombres mientras tiraba con visible trabajo del
contenedor, enganchándolo en la pinza del camión.
– Eso es lo que os gustaría,
¿verdad?– respondió el otro con sorna, ajustándose las gafas
protectoras y la máscara –. Creo que Carl me ha vuelto a cambiar
el bozal, este me queda
pequeño y se me está clavando en la cara – protestó, apretando
el botón que activaba el mecanismo de recogida. El contenedor se
elevó por los aires hasta una abertura en la parte superior del
camión, volcando su contenido con un sonido seco y pesado.
– Pues no es buena noche para que te
lo quites, en la tele han dicho que hoy el tiempo de exposición al
aire no debe superar los cinco minutos – le advirtió, acercándose
a él para ayudarle –. A ver, estate quieto, no puedes romper el
cierre que no llevamos respuestos en el camión.
–¿Cómo que no?– protestó –,
¿qué ha pasado con los de emergencia?
– La empresa ha hecho recortes otra
vez – observó el otro –, dicen que no se pueden permitir tener
bozales, ni mangas,
ni nada de nada, así que ahora tenemos que llevar cuidado con lo que
hacemos. Ya está, a ver si ahora te va mejor. Pensaba que tú, como
enlace sindical, sabrías todo eso.
–¿Qué voy a saber?– dijo,
moviendo la máscara a un lado y a otro –. Sí, me hace menos daño,
gracias. Hace años que las empresas no nos consultan ni nos mandan
nada, hacen lo que quieren y punto, ya ni siquiera nos avisan cuando
convocan una reunión del comité. Cero.
– Ya, bueno, Ben, no hace falta que
me des la charla, ¿eh?, era sólo una observación- y tiró de
otro contenedor.
–¿Charla, qué charla, Terry?, sólo
te estaba diciendo lo que hay– se apresuró a echarle una
mano, tirando ambos con fuerza.
– Todos... sabemos cómo sois... los
sindicalistas- jadeó por el esfuerzo–. Si no se os para a tiempo
os ponéis a berrear tonterías que no llevan a ninguna parte. Este
sí que estaba lleno, ¿verdad?
– Ya empezamos con las tonterías de
siempre– suspiró, empañando las gafas un instante-. Si los
sindicatos no hacemos nada, por que no hacemos nada, si hacemos algo,
podíamos hacer más, ¿pero a que ninguno de vosotros firmó la
petición para extender las vaciones?
– Venga ya, ¡es que eso no lo van a
aceptar nunca!– exclamó, agitando la cabeza–. Dos semanas de
vaciones al año..., seguro que estábais colocados de MDMA cuando se
os ocurrió, viendo el mundo de color de rosa y acariciando ositos de
peluche. ¡Oh!, mira tú...
Ben se giró para ver lo que le señala
su compañero. Por la carretera vieron aparecer un largo coche negro,
engalanado con grandes coronas de flores artificales en los flancos,
seguido por varios más, formando una lenta procesión motorizada.
Dentro del primero, conducido por un hombre de rostro taciturno,
llegaron a adivinar una caja de polímero termoplástico que imitaba
a la madera; en los demás viajaban personas trajeadas protegidas
por el interior estanco y autorenovado de los vehículos.
– Cuanto lujo – dijo Terry –,
algún día espero tener lo suficiente para que a mí también me
paseen.
–¿Quieres que te entierren?–
preguntó incrédulo–, no sabía yo que apuntabas tan alto.
– Hombre, sobre todo es por la pompa
del funeral y todo eso, ¿no?– contestó, golpeando el mando de la
pinza–. Ya sabes, tus amigos y familiares llorándote, una capilla
ardiente, un cura leyendo la Biblia para darte el último adiós, lo
que te digo, todo un lujo.
–¡Eh, vosotros!– ladró con voz
metálica el altavoz que había detrás del camión para comunicarse
con el conductor–, que es para hoy, aún nos queda toda la ruta por
hacer.
– Venga ya, Cliff, no te pongas
pesado– sonrió Ben–, tenemos toda la noche por delante.
– Como nos vuelvan a echar la bronca
en la central ya veréis lo pesado que me voy a poner– amenazó,
cortando el canal.
– Éste debe creer que nos van a
pagar más acabemos o no la ronda- se burló Terry, echando la mano
al tercer contenedor.
– Seguramente..., ¡eh, eh,
ustedes!– le gritó a dos hombres que se acercaban desde los
portales cercanos, cargando una gran bolsa entre los brazos– , ¿a
dónde creen que van con eso?
– Pues a tirarlo, claro, además, ya
que están ustedes aquí se lo pueden llevar ahora mismo.
– De eso nada, el horario de
depósito es de ocho de la mañana a doce de la noche, así que ya se
están yendo por donde han venido.
– Pero hombre, comprenda que es una
urgencia– dijo uno de ellos–. Si por nosotros fuera, lo
dejaríamos a otra hora, ¿tanto les molesta?
–¿Tanto les molesta a ustedes
dejarlo en casa hasta mañana?– se acercó Terry
–¿Y dónde?– preguntó el otro
hombre–, si no tenemos sitio para...
– Pues en la cama, en la bañera o
qué se yo, ese no es problema nuestro, caballero– respondió Ben,
enfadado–. Pero si insisten, llamamos a la policía y se entienden
con ellos, que nosotros aún tenemos mucho trabajo por delante, ¿les
parece?
– Bueno, hombre, no hace falta
ponerse así, ya nos vamos– miró a su acompañante y le hizo un
gesto con la cabeza. Se dieron la vuelta y empezaron a caminar hacia
el edificio.
– Hay que joderse, ¿te das cuenta?–
carraspeó Ben, colocando los puños en las caderas.
– Ya nadie tiene respeto por el
trabajo ajeno y menos por el nuestro– asintió Terry.
–¡Basureros, hijos de puta!–
gritaron.
–¡Ven aquí si tienes cojones,
pedazo de mierda!– gritó Ben, acercándose al portal a grandes
zancadas, metiendo la mano enguantada dentro de uno de los bolsillos
del mono, como si buscase algo.
–¡Déjalo, hombre!– le paró su
compañero–, ¿no te llegó con la pelea de ayer?
–¡Ven, cabronazo, ven que te voy a
romper el bozal y dejarte
aquí fuera para que te airees!–
siguió gritando.
–¡Vamos, joder, que como sea él el
que te lo rompa a ti a ver qué te pones en la cara!
–¡Está bien!– dijo,
desenbarazándose de los brazos de Terry–, pero te juro que como
vuelva a verle, se va a acordar de mi.
–¿Pero qué dices?, si no lo vas a
reconocer– empezó a reír.
– También tienes razón– rió a
su vez, entrecortándose sus carcajadas por una violenta tos–.
Madre mía..., estos cambios en la saturación me matan.
– A ti y a todos – chistó el
otro–, mi padre, por ejemplo, falleció esta semana, así, de
repente.
– Oh, vaya, lo siento mucho, ¿qué
edad tenía?
– Ya le llegaba, cincuenta y cinco
años, todo un currante, sí señor- contestó, ocupando su lugar en
una de las plataformas al lado de la compactadora–. Cáncer de
pulmón con metástasis en el hígado y el páncreas, ya sabes, lo de
siempre.
– Menuda mierda– murmuró Ben,
agarrándose a la otra abrazadera.
– Sí...– dijo Terry encogiéndose
de hombros–, lo tuvimos un par de días en casa para que la familia
pudiese verlo y eso, pero bueno, si mi hijo me ha hecho caso, ya
debería estar en el contenedor para que lo recojan hoy.
El conductor miró por el retrovisor y
los vió preparados. Gruñó y pensó en ponerles las pilas otra vez
a aquellos vagos por el tiempo que habían perdido en la parada, pero
se dijo que no valía la pena. Arrancó camino de la siguiente
manzana y dio gracias de que su ruta no incluyera ninguna prisión.