lunes, 14 de febrero de 2011

Crecí

Nací viendo cómo las raíces de los árboles se hundían lentamente en el suelo. Durante años fui feliz, escuchando el monótono pero bello canto de la tierra dejando paso a la vida. Pero llegó el día en el que aquel espectáculo empezó a aburrirme y, al final, a asquearme.
Siguiendo la corteza de los colosos acabé por volver la cabeza hacia el cielo. Arriba, muy arriba. En donde se agitaba el verde contra el azul. Entonces me divertí jugando con el Sol a ver quién parpadeaba primero o disfrutando de las delicias del viento. Aunque con el tiempo, el Sol se fue apagando poco a poco sin perder su luz y el viento sopló frío hasta hacerse insoportable.
Bajé de las copas y me descubrí en los prados, buscando el consuelo de la hierba fresca. En aquel lugar, alguien había olvidado una pequeña hoguera casi extinguida. Las llamas menguaban y crecían, aferrándose a su madre de carbón. Cogí el tizón y me enamoré de las formas brillantes y cálidas que se consumían sin remedio. Corrí de nuevo al bosque y posé a las criaturas en la hojarasca del suelo. Crepitando con chasquidos que nunca había oído cantaba el fuego mientras caminaba en todas direcciones, cada vez más rápido. Un humo gris salió bramando tras los pasos de la bestia y yo me quedé inmóvil, aterrorizado y maravillado por y de los sonidos, los olores y las luces que de pronto ocultaron el mundo.
Cuando el momento se hizo eterno, escapé de la hermosura de las escenas que me habían rodeado y me di cuenta de que estaba sólo. Los árboles habían desaparecido, la hierba no era más que una masa ennegrecida e incluso el humo se había dispersado en el viento. Lloré hasta quedarme seco y grité hasta quedarme mudo. Supe que jamás volvería a escuchar el arrullo de las raíces, a sentir el abrazo de la brisa o a ver la voluptuosidad del fuego en mi imperio de ceniza.

domingo, 13 de febrero de 2011

Niño malcriado

Eres travieso, manipulador, casi cruel y hasta despiadado conmigo.
Describes con detalle los lugares en los que te esconderá de mí solo para que vaya a buscarte. Estúpido como soy, me dejo arrastrar por tus juegos de niño malcriado, esperando ganarte algún día.
Por fortuna, o quién sabe si por desgracia, siempre te encuentro. Enlutado en rojo, mirándome con esos ojos de profundidad cavernaria. Ríes en mil olas y dejas que te abrace, volviéndote a escapar sin dejar que llegue a besarte.
Entonces volvemos a empezar.
Cazador y presa, siempre el uno tras la otra. A veces, en este juego, no puedo evitar preguntarme si, realmente, no serás tú el gato y yo el ratón.