Existen diversos
tipos de espera, ¿te habías dado cuenta?
Está la espera
prolongada, un estado de modorra inducido y de final un tanto misterioso. Con
todo, puede que sea la más tranquila de todas; la única que te desliza a través
del tiempo sin darte apenas cuenta, dejándote arrugas en la piel y canas en la
cabeza.
También cuento con la
espera amistosa, de animada expectación. Una sana y divertida manera de evaluar
la puntualidad de tus parientes y allegados, aunque un tanto peligrosa. Hermana
de la espera para la cena y la comida, solo una fina línea la separa de la
espera furiosa, todo depende de la diferencia entre la hora convenida y la
real.
Hay una de nombre
injusto: la espera falsa. Una pícara desvergonzada, una mentira que acompaña a
los ojos airados y los ceños fruncidos. Una broma, quizás un poco cruel como
tal, que busca sacar los colores y las peores excusas a otra persona.
En el otro lado de la
balanza está la espera negada. Pese a su posición indefensa, es dulce y
cándida, moviéndose gracias a unos sentimientos que pocas personas son capaces
de contener. Maliciosa en manos malintencionadas, cuando se vive es simple
belleza; cuando se sufre mortifica deliberadamente; y vista desde fuera se
vuelve absurda.
Muy conocida es la
espera gruñona, principal causante de los más variados gestos de fastidio,
brazos alzados al aire y discusiones acaloradas antes de sentarse a una mesa o
de entrar en un coche. Podría decirse que forma parte de la gran familia que
mencioné antes.
La espera aterrada se
me hace demasiado tétrica para hablar de ella.
Pero me he dejado una
para el final, la más importante. Esa que siempre te asalta en las sillas de
los bares, en casa delante del ordenador, e incluso en las esquinas de las
calles. Una que llega a la carrera y se estrella contra el pecho, congelándote
el estómago y hasta subiéndote la temperatura: la espera nerviosa. Bastante
desagradable, con una gran variedad de síntomas, como puedes ver. Es una
sensación histérica de urgencia que te hace mover las piernas, te estruja
mientras te remueves en la silla, y hasta puede obligarte a mirar constantemente
hacia la entrada. Pero, con todo lo terrible que es, desaparece al instante y sin
efectos secundarios en el momento que lo que esperabas sucede.
Te preguntarás por
qué digo que ésta última es la más importante, aunque diría que ya lo has
adivinado por el modo en que te miraba cuando entraste por la puerta.